viernes, 6 de marzo de 2015

NUESTRO TEMPLO



Hemos llegado al tercer domingo de Cuaresma. En este día, el evangelio nos pone ante los ojos una escena que nos puede desconcertar: Jesús echa del templo a los mercaderes.
Jesús, por medio de un gesto profético, nos quiere decir que el templo no es solamente un edificio y un conjunto de piedras colocadas artísticamente. El templo es mucho más que esto: es un lugar de encuentro con Dios, un espacio de relación con Él, un lugar de oración y de escucha de su Palabra. Por eso no se puede banalizar, no se  puede hacer un uso cualquiera. Movido por esta convicción, Jesús expulsa a todos aquellos que están haciendo de la relación con Dios un negocio y, con su actitud, empujan a otras personas a alejarse de Él.
Y Jesús va todavía mucho más allá: el auténtico templo somos cada uno de nosotros; toda persona es un templo del mismo Dios. Es cierto que el templo, como edificio, tiene que ser respetado, valorado, tratado como tal, pero mucho más todavía la persona de cada uno de los hermanos y hermanas que son el lugar privilegiado donde Dios habita.
Si cuidamos cura del templo como lugar de relación con Dios, ¡como no  tenemos que cuidar de nosotros mismos y de cada una de las personas que tratamos en nuestra vida!
Que la conciencia que Dios habita realmente en nosotros y en los demás nos acompañe en el recorrido de este camino que nos lleva hacia la Pascua.

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