Después del paréntesis
del tiempo de Cuaresma y de Pascua, a lo largo del cual hemos intentado
adentrarnos en los textos del evangelio de cada domingo, volvemos a coger el
hilo que habíamos dejado, comentando cada parte de la celebración de la
Eucaristía.
La última vez nos
habíamos quedado en el canto del Santo, santo, santo, en el cual reconocemos
al Señor como fuente de toda bondad, una fuente eterna que da vida a todos los
seres. Así, una vez presentadas las ofrendas, y uniéndonos a la oración que
hace el sacerdote, con Cristo Jesús pedimos al Padre que infunda su Espíritu en
el pan y el vino, y en nosotros, que se lo presentamos, presentándonos nosotros
mismos. También le pedimos que transforme el pan y el vino en criaturas nuevas
y distintas, que a nosotros nos configure con la persona de Jesús, y que la
acción del Espíritu nos haga continuadores de su misma persona, que en estos
momentos se está actualizando.
Jesús se entregó y se
quedó entre nosotros por siempre bajo la apariencia de pan y vino consagrados,
y ahora nos invita a dejarlo entrar en nuestro interior a través de la
Eucaristía. Intentemos ser conscientes de ello cada vez que la celebramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario