La preparación de las
ofrendas nos dispone a seguir avanzando en la celebración de la Eucaristía. El
sacerdote invita a todos los participantes a la oración y, como antes de
proclamar las lecturas, con la expresión El Señor esté con vosotros, invita
a experimentar en el interior de cada uno la presencia y la acción de Dios,
presente en la asamblea reunida.
Este diálogo entre los
fieles y el sacerdote, culminará en el canto del Santo, santo, santo.
Cantándolo, o recitándolo solemnemente, nos dirigimos al Señor reconociendo que
Él es el verdaderamente santo, es decir, el manantial inagotable de toda
bondad, de toda belleza, de toda autenticidad, de toda vida... Santo significa
diferente, distinto, limpio, transparente. Y, realmente, el Señor es Aquel que
es diferente de todo, siempre nuevo, siempre renovando su amor y su bondad; es
Aquel que siempre es transparente, limpio, nítido, sin engaño, sin disfraces...
que constantemente nos está ofreciendo su misma vida.
Reconociendo que Dios es
la fuente misma de la santidad y de la bondad, nos preparamos para seguirnos
adentrando en la celebración de la Eucaristía.
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