Damos un paso más para ir
profundizando en la celebración de la Eucaristía. Después del saludo inicial, en
seguida nos encontramos con el acto penitencial. Por medio de él, el sacerdote
invita a los fieles a pedir perdón a Dios de todas las cosas que, en un momento
u otro, nos han apartado de Él y de los hermanos y hermanas. Por lo tanto, hay
que despertar en nosotros el deseo de ser mejores, de ser más conscientes hijos
e hijas de Dios, de ser más testigos de nuestra fe, de querer amar y servir
mejor a los demás... En unos breves momentos de silencio, tenemos que intentar
mirarnos con la mirada de Dios, que nos perdona y nos ama entrañablemente, a la
vez que acogemos su perdón y despertamos en nosotros el deseo de querer agradarle
más.
El sacerdote termina el
acto penitencial con unas palabras llenas de fe y de confianza: “Que Dios
omnipotente tenga piedad de nosotros, nos perdone los pecados y nos lleve a la
vida eterna”. Con nuestro Amén tenemos que dar una respuesta
vibrante y convencida de que el perdón de Dios se hace realidad y se hace
presente en nuestra vida, y con la certeza de que, con su ayuda y su fuerza,
podemos ser mejores.
Este acto sencillo, breve pero profundo, nos tiene
que preparar para continuar con la celebración de la Eucaristía disponiéndonos
a encontrarnos verdaderamente con el Señor Vivo.
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