Después del
domingo de Pentecostés, llega el domingo de la Trinidad, una fiesta en que la Iglesia
nos invita a contemplar y a penetrar un poco más en el Dios en quien creemos: Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Es como si, después de haber vivido toda la cincuentena
pascual, se quisiera resumir en un solo domingo el núcleo central de nuestra
fe.
Dios no ha querido
ser un Dios solitario ni individual, es un Dios en comunión, fuente de amor, de
ternura, de paz, de perdón... Dios es para nosotros un Padre, que cuida de
nosotros y nos ama como hijos. Dios es para nosotros el Hijo que ha compartido nuestra
misma vida, que nos ha amado hasta el extremo de dar su vida y que nos está
ofreciendo continuamente su amistad. Y Dios es para nosotros el Espíritu que nos
infunde su fuerza, su luz y que camina a nuestro lado.
El domingo de la
Trinidad es el día en que se recuerda a los hermanos y hermanas de vida
contemplativa, a todas aquellas personas que, como nosotras, dedicamos nuestra
vida a Dios desde la oración y el silencio con el fin de poder llegar a todo el
mundo.
Que este domingo nos
ayude a ser más conscientes del Dios en quien creemos y a celebrar el amor que
diariamente derrama en nosotros.
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