Vamos llegando al final
de la Cuaresma y nos encontramos ya en la entrada de la Semana Santa, que
empezaremos este domingo de Ramos y que culminaremos en la gran solemnidad
pascual.
Esta semana, la
gran semana de la Iglesia, somos invitados a vivir de una manera más intensa el
Misterio de la Muerte y la Resurrección de Jesús. Empezamos la semana
contemplando su entrada en Jerusalén, no como un dirigente poderoso, sino como un
servidor humilde de los demás. Jesús llega a Jerusalén intuyendo que su final
está cerca y quiere continuar anunciando su mensaje de amor, de servicio y de
perdón hasta el extremo de dar su propia vida.
El Jueves santo
veremos a Jesús despidiéndose de sus discípulos y dejando, a ellos y a
nosotros, su testimonio de entrega y de amor hasta el extremo. Con su gesto de
lavar los pies nos impulsa a hacer el mismo los unos con a los otros; y, con la
Eucaristía, nos asegura su presencia para siempre entre nosotros.
El Viernes santo
es un día para vivir en el silencio, contemplando a Jesús en su entrega radical
y definitiva, con la total libertad de quien sabe que está dando su vida tras
recorrer un camino de fidelidad al Padre.
Este Misterio nos supera y nos sobrepasa, pero hace falta que nos acerquemos con un corazón abierto a lo que Dios nos quiera hacer captar durante estos días, con la certeza de que Jesús está presente entre nosotros y que lo celebraremos Vivo en la alegría gozosa de la celebración de la Pascua.
Este Misterio nos supera y nos sobrepasa, pero hace falta que nos acerquemos con un corazón abierto a lo que Dios nos quiera hacer captar durante estos días, con la certeza de que Jesús está presente entre nosotros y que lo celebraremos Vivo en la alegría gozosa de la celebración de la Pascua.
Vivamos la Semana Santa
como una oportunidad de acercarnos más a Jesús y de vivir con coherencia nuestra
fe. Terminemos de caminar por los días de la Cuaresma sabiendo de que la
celebración del gozo pascual que está a las puertas.
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