Llegamos al tercer
domingo de Cuaresma y, una vez más, Jesús nos invita a la conversión. Una
conversión entendida como un camino de renovación constante, de querer mejorar
en todos los aspectos de nuestra vida, de no quedarnos atascados ni detenidos en
la monotonía. Como buen maestro, Jesús nos plantea este domingo un ejemplo hermoso
y evidente a la vez: la historia de la higuera. No da fruto y, por lo tanto,
hace falta cortarla. Pero el viñador, que siempre ha cuidado de este árbol, lo
conoce y lo aprecia, quiere dar otra oportunidad: “Déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y
le echaré estiércol, a ver si da fruto”
Nosotros nos podemos reconocer a veces en la imagen de la higuera: no damos
fruto, nos cuesta amar, nos cuesta abrirnos a Dios, tenemos dificultades para
ayudar a los otras, nos instalamos fácilmente en nuestra comodidad y en nuestra
rutina... Pero Dios, el Padre, siempre nos tiende la mano y nos invita una vez
más a levantarnos, a abrirnos a su amor, siempre nuevo y siempre renovado. Sabe
que por nosotros mismos no podemos nada y nos vuelve a ofrecer su ayuda y su
fuerza: “yo cavaré alrededor y le echaré
estiércol”.
Que el evangelio de este domingo nos ayude a vivir con una actitud constante de mejorarnos y, como la higuera, nos dejemos abonar para poder dar fruto. Será una buena preparación para la Pascua.
Que el evangelio de este domingo nos ayude a vivir con una actitud constante de mejorarnos y, como la higuera, nos dejemos abonar para poder dar fruto. Será una buena preparación para la Pascua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario