Llegamos al final del tiempo de Navidad, este tiempo breve
pero rico en intensidad y en profundidad, que nos ha ayudado a vivir un poco
más el gran Misterio de Dios que se ha hecho como uno de nosotros.
Dos fiestas van marcando el final de la Navidad. El lunes celebramos la solemnidad de la Epifanía, la manifestación de Jesús a todos los hombres y mujeres de la tierra, simbolizados en la figura de los magos. El próximo domingo celebraremos el Bautismo del Señor, donde contemplaremos un Jesús ya adulto a punto de empezar su misión de anunciar a todo el mundo que Dios es un Padre entrañable y amoroso.
Dos fiestas van marcando el final de la Navidad. El lunes celebramos la solemnidad de la Epifanía, la manifestación de Jesús a todos los hombres y mujeres de la tierra, simbolizados en la figura de los magos. El próximo domingo celebraremos el Bautismo del Señor, donde contemplaremos un Jesús ya adulto a punto de empezar su misión de anunciar a todo el mundo que Dios es un Padre entrañable y amoroso.
El evangelio de este domingo es una invitación a adentrarnos
en la persona de Jesucristo y a cuestionarnos cuál es su lugar en nuestra vida.
El Jesús que en estos últimos días hemos contemplado como un niño débil y
limitado, como cualquiera de nosotros, es el Jesús que nos irá guiando por los
caminos del evangelio, del amor, de la paz, del perdón, de la ternura... y nos
irá sumergiendo en el Amor del Padre. El texto del evangelio acaba con estas
palabras: “Este es mi Hijo, el amado”.
Que sepamos reconocer en Jesús el Hijo amado del Padre y nos sepamos reconocer
también nosotros mismos hijos amados de este Dios que es todo amor.
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