Después de
mencionar a la persona de Jesús, nos encontramos con la confesión del Espíritu Santo.
Para nosotros, el Dios en quien creemos es un Dios trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si lo queremos
entender según nuestros criterios, es un misterio que nunca podremos captar. En
cambio, si lo miramos desde los ojos de la fe, nos daremos cuenta como, en
realidad, este misterio es un misterio de amor. El Padre nos ama con amor
entrañable y con una ternura infinita. Jesús nos ha revelado quien es este Padre
amoroso y cercano que se complace en cada uno de sus hijos e hijas. Él mismo nos
enseña cómo debemos tratarlo y abrirnos a su amor. Y el Espíritu es aquel que siempre
está actuando en nosotros, que nos da la fuerza y la luz para vivir nuestra fe,
que nos acompaña en nuestro caminar, a pesar de las dificultades y los tropiezos
que encontramos por el camino. El Espíritu es el don que Jesús y el Padre nos
hacen para que no nos encontremos solos y para que tengamos un compañero de
camino que nos acompañe siempre.
Nuestra fe es
poner nuestra seguridad y confianza en este Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
que sabemos que nunca nos fallará.