jueves, 12 de noviembre de 2009

SEGUIMOS HABLANDO DE FRATERNIDAD




Hay una expresión en los escritos de Clara que es reveladora de la realidad de la fraternidad: “las hermanas que Dios me había dado”. Las hermanas, los hermanos, son un don de Dios para llevar a término el proyecto de vida al cual hemos sido llamados. El primer hermano por excelencia es Jesucristo y, después, las demás hermanas.
La fraternidad es un don pero también una tarea para realizar y construir día tras día; la fraternidad es un aprendizaje. Tenemos que aprender a ser hermanos y hermanas.
Todas las hermanas están implicadas en el buen funcionamiento de la comunidad y todas tienen la responsabilidad de ayudar a que el monasterio funcione bien. La fraternidad de Clara se tiene que concretar en una serie de actos y de actitudes determinadas para que se pueda encarnar y hacer realidad en la vida cotidiana. Una comunidad de hermanas ha de garantizar la igualdad, junto con un amor y aprecio verdaderos, y ofrecer una posibilidad de relaciones ricas y humanas entre sus miembros.
El hecho de que las hermanas estén unidas por un mismo proyecto de vida no borra las diferencias individuales, y se tiene que tener en cuenta que habrá conflictos y faltas inevitables. Todo esto ha de contribuir a la construcción de la fraternidad, no ha de frenar su progreso y evolución. La fraternidad es un don pero también es una misión. No se trata sólo de vivir juntas bajo un mismo techo, sino de ponerlo todo en común, compartir toda la vida. Y no es necesario buscar la uniformidad sino la comunión en la diversidad.
La fraternidad se alimenta sobre todo de la Palabra y de la oración. Toda fraternidad ha de ser una comunidad orante. Sin la apertura diaria a Dios y a su Palabra no es posible la vivencia de este ideal. También es en un clima de auténtica fraternidad donde se podrá vivir radicalmente el evangelio, la pobreza, todo este estilo de vida por el cual tanto lucharon Francisco y Clara, porque todos los hermanos y hermanas caminan unidos hacia un mismo ideal.

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