Nuevamente volvemos a retomar los temas del Credo, intentando profundizar
en los fundamentos de nuestra fe.
La siguiente expresión que encontramos es que Jesús “nació de
Santa María Virgen”. Después de haberse
referido a Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, la confesión de fe introduce
el tema de María. María, la madre de Jesús, como objeto de nuestra fe y, a la
vez, como modelo de nuestra fe.
Efectivamente, María fue la mujer que caminó siempre en la fe, desde la Anunciación hasta el Calvario. Ella, escuchando, reflexionando e interiorizando la Palabra de Dios, pudo llevar a cabo un auténtico crecimiento en la fe. Su fe profunda y bien fundamentada la hizo capaz de mantener, a lo largo de toda su vida, su “sí” incondicional y firme al plan de Dios.
Efectivamente, María fue la mujer que caminó siempre en la fe, desde la Anunciación hasta el Calvario. Ella, escuchando, reflexionando e interiorizando la Palabra de Dios, pudo llevar a cabo un auténtico crecimiento en la fe. Su fe profunda y bien fundamentada la hizo capaz de mantener, a lo largo de toda su vida, su “sí” incondicional y firme al plan de Dios.
María, como madre de Jesús, fue su seguidora fiel, fue su primera
discípula. Con su vida, un camino no nada fácil, anunció los grandes valores
del evangelio. María era la presencia de Jesús resucitado en la primitiva comunidad
cristiana, era el recuerdo actual de Jesús.
También todos nosotros, que intentamos vivir alimentando y haciendo
crecer nuestra fe, con el sí ininterrumpido de María, podemos aprender a vivir
con fidelidad, podemos aprender su forma de escuchar la Palabra y su manera de amar
y de tratar a los demás. Creer en Maria es ver en ella el modelo de lo que debe
ser nuestra fe.
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