Hemos ido viendo diversos aspectos y actitudes a la hora de ponernos un rato a la presencia de Dios y de querer dedicarle nuestro tiempo. Hay una persona que todo lo que hemos ido reflexionando lo ha vivido en plenitud y con toda radicalidad: es María, la madre de Jesús. Intentaremos acercarnos un poco a la persona de María, veremos como ella es nuestro modelo y guía en nuestra vida de oración.
María era una muchacha inmersa en su pueblo de Israel, escuchaba la Palabra de Dios en la sinagoga como los demás, pero ella hacía mucho más que esto: meditaba, reflexionaba, recapacitaba profundamente la Palabra en su interior. Era una joven tremendamente contemplativa, y esto la llevó a un auténtico crecimiento en la fe, la preparó para responder al proyecto que Dios tenía sobre ella.
Era una joven enamorada de Dios, abierta a Él y dispuesta a todo lo que el Señor le pudiera indicar. María vivió siempre centrada en Dios, atenta a su voluntad, confiando en Él de una manera plena e imperturbable. María siempre escuchó, siguió y acogió a Jesús y su Palabra, se adhirió del todo a esta Palabra, viviéndola hasta las últimas consecuencias. Fue una seguidora fiel de Jesús, fue su primera discípula. Con su vida anunció los grandes valores del Evangelio. María siguió Jesús con radicalidad y hasta el final, hasta el pie de la cruz. Supo escuchar a Jesús y retuvo en su interior lo que la sedujo y después lo comunicó con su forma de vivir.
De ella podemos aprender su forma de escuchar la Palabra, su manera de amar, vivió siempre impulsada por el amor. Se dejó amar por Dios y amó a Dios y a las personas con todo su ser. María es el modelo perfecto de nuestro caminar hacia Dios.
Es necesario que nos hagamos nuestras las actitudes y los sentimientos de María, y que con ella y como ella correspondamos al amor de Dios dedicándole un rato de nuestro tiempo de cada día en la oración.
María era una muchacha inmersa en su pueblo de Israel, escuchaba la Palabra de Dios en la sinagoga como los demás, pero ella hacía mucho más que esto: meditaba, reflexionaba, recapacitaba profundamente la Palabra en su interior. Era una joven tremendamente contemplativa, y esto la llevó a un auténtico crecimiento en la fe, la preparó para responder al proyecto que Dios tenía sobre ella.
Era una joven enamorada de Dios, abierta a Él y dispuesta a todo lo que el Señor le pudiera indicar. María vivió siempre centrada en Dios, atenta a su voluntad, confiando en Él de una manera plena e imperturbable. María siempre escuchó, siguió y acogió a Jesús y su Palabra, se adhirió del todo a esta Palabra, viviéndola hasta las últimas consecuencias. Fue una seguidora fiel de Jesús, fue su primera discípula. Con su vida anunció los grandes valores del Evangelio. María siguió Jesús con radicalidad y hasta el final, hasta el pie de la cruz. Supo escuchar a Jesús y retuvo en su interior lo que la sedujo y después lo comunicó con su forma de vivir.
De ella podemos aprender su forma de escuchar la Palabra, su manera de amar, vivió siempre impulsada por el amor. Se dejó amar por Dios y amó a Dios y a las personas con todo su ser. María es el modelo perfecto de nuestro caminar hacia Dios.
Es necesario que nos hagamos nuestras las actitudes y los sentimientos de María, y que con ella y como ella correspondamos al amor de Dios dedicándole un rato de nuestro tiempo de cada día en la oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario