La oración de
Jesús empieza con una palabra entrañable, “Padre” que, quizás por demasiado
oída, ha perdido la novedad y su auténtico significado en nuestra vida. Jesús, invitándonos
a dirigirnos a Dios como Padre nos está invitando a tratar a Dios con
intimidad, con confianza, con abandono confiado, con descanso, con
familiaridad, con proximidad... El mismo Jesús denominaba Dios con un término
que sólo usaban los niños: “Abbá”, es decir, papá, papá mío, papaíto, papá muy amado...
Entre Jesús y el Padre hay una intimidad de relación intensa y cercana. Así
quiere que lo tratemos también nosotros.
Como hijos e hijas del Padre, podemos contemplar a todos los demás hermanos y hermanas del mundo desde esta perspectiva y sin distinciones. Todos somos fruto de las manos creadoras del Padre y Él nos ha constituido hijos suyos. Desde esta certeza surge la siguiente afirmación del Padre nuestro: Dios no es Padre mío sino Padre nuestro. El hecho de sabernos y sentirnos hijos e hijas del Padre comporta sentirnos también hermanos y hermanas de todo el mundo.
Como hijos e hijas del Padre, podemos contemplar a todos los demás hermanos y hermanas del mundo desde esta perspectiva y sin distinciones. Todos somos fruto de las manos creadoras del Padre y Él nos ha constituido hijos suyos. Desde esta certeza surge la siguiente afirmación del Padre nuestro: Dios no es Padre mío sino Padre nuestro. El hecho de sabernos y sentirnos hijos e hijas del Padre comporta sentirnos también hermanos y hermanas de todo el mundo.
Intentemos
profundizar en estas dos palabras y miremos Dios y a los demás con la mirada de
Jesús.
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