“Entre los otros beneficios que hemos recibido y recibimos cada día de nuestro espléndido benefactor el Padre de las misericordias, y por los que más debemos dar gracias, está el de nuestra vocación”.
Clara agradece al Pare don excelente de su vocación, la llamada a seguir a Jesucristo en pobreza y fraternidad. También nosotros, como Clara, podamos y tenemos que agradecer la vocación recibida en nuestro bautismo. El bautismo nos hace hijos e hijas del Padre en incorporarnos a Jesucristo. Esta es la gran vocación de todos los bautizados: vivir verdaderamente como hijos, con una relación sincera, abierta, confiada hacia el Padre que tanto nos ama; y vivir como hermanos, amándonos, ayudándonos, acogiéndonos, perdonándonos... al estilo de Jesús. Es sobre esta vocación común y única que cada persona podrá descubrir el lugar que el Padre le tiene reservado: la vida laical, religiosa, sacerdotal o misionera. Fijémonos como Clara denomina a Dios como “Padre de las misericordias”. Este título nos revela que se sabe realmente hija del Padre, no de un padre lejano o distante, sino de un padre entrañable que tiene cura de cada uno de sus hijos y que los llena de sus dones: paz, gozo, firmeza, plenitud...
Clara experimenta en medio de las dificultades que el Padre es y actúa así. Por esto lo llama, con toda propiedad, “Padre de las misericordias”. Intentemos también abrirnos al Padre y a su amor y, si descubrimos un poco cómo somos amados, también nosotros agradeceremos desde lo más íntimo de nuestra persona la vocación que nos ha hecho hijos.
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