viernes, 26 de noviembre de 2010

ADVIENTO: TIEMPO DE VIGILIA Y ESPERANZA


Un año más se nos regala el vivir un nuevo tiempo de Adviento. Cuatro semanas antes de Navidad que la Iglesia nos señala para animarnos a vivir con un estilo y unas actitudes muy concretas: una actitud de vigilia, de vigilancia activa y una actitud de esperanza confiada y gozosa.
Como otras veces, os queremos invitar en este tiempo litúrgico fuerte a leer y a reflexionar con nosotras los textos del evangelio de cada domingo para poder vivir con más intensidad lo que se nos propone.


El evangelio de este primer domingo de Adviento pone el acento en la actitud de vigilancia. Jesús, buen conocedor de la realidad que cada día vivimos, nos da un ejemplo bien claro: “Si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón…”. Con esto, no nos quiere decir que tengamos miedo ni que vivamos angustiados por lo que puede acontecer, sino que hace falta que tengamos una actitud de vigilancia y de atención de forma que no dejemos de lado todo lo que es más importante en nuestra vida: que no dejemos pasar aquellos momentos en qué podemos ayudar activamente a los demás, que no vivamos despistados sin escuchar lo que el Señor nos quiera decir en nuestra vida de cada día, que vivamos atentos a nosotros mismos para no dejarnos aplastar por el ruido y por el bullicio que hay a nuestro alrededor…
Maria, la madre de Jesús, fue la persona que veló y esperó dichosamente, atenta siempre a la voz de Dios y a las necesidades de los demás.
Intentemos, a lo largo de estas semanas avivar en nosotros estas actitudes y esperemos al Señor, que siempre sale a nuestro encuentro.

martes, 16 de noviembre de 2010

LA ORACIÓN: ENCUENTRO CON EL PADRE


Cuando nos dirigimos a Dios en la oración, es bueno que tengamos presente que nuestro Dios es un Dios trinitario: es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Hoy nos centraremos en el tema de la oración como encuentro con el Padre.
Jesús en el evangelio nos enseña que Dios es nuestro Padre (Jn 20, 17) y cuando los discípulos le piden que los enseñe a orar, Él los dice: "cuando oréis, decid: Padre” (Lc 11,2).
La oración, pues, es un encuentro personal con Dios Padre que nos ama entrañablemente.
Tenemos que ir a la oración pensando que vamos a encontrarnos con el Padre, Aquel que nos ha creado, que nos ama con un amor muy especial y que está muy cercano a nosotros, en lo más íntimo de nosotros mismos.
En la oración tenemos que dirigirnos a Dios diciéndole, con sencillez y con todo el afecto: “PADRE”, tal com hacía Jesús.
Digámosle: "Padre" y abrámonos, Él nos acoge, nos valora, nos anima, nos comprende, nos perdona…
Digámosle: "Padre" y dejémonos mirar y amar por Él, que ve en cada uno de nosotros a un hijo suyo muy y muy amado.
Digámosle: "Padre" y abandonémonos tal y como somos, con nuestras debilidades y anhelos, con nuestras preocupaciones e inquietudes... Abandonémonos confiadamente. Digámosle “Padre” sabiendo que somos de verdad hijos suyos.
Si vamos a la oración con la convicción de que vamos a encontrarnos con Dios Padre, irá creciendo en nosotros la conciencia de ser hijos suyos, y su amor irá transformando nuestra persona, nuestras actitudes. Nacerá en nosotros una nueva mirada hacia los demás; los demás son mis hermanos amados y valorados por el Padre con un amor muy especial.
El Padre siempre nos espera y quiere que lo tratemos con sencillez, con confianza, con amor... Acerquémonos a Él, encontrémonos con Él... que desea llenar nuestra vida de gozo y de paz.